El retorno del rey

Netflix tiene La comunidad del anillo y yo tenia fiebre y mocos. Netflix tiene Las dos torres y yo seguía con tos y dolor de garganta. Netflix no tiene El retorno del Rey. No estoy seguro de que pueda deducirse algo razonable de ello. En cualquier caso, así es

Cuándo Turing demostró de su puño y letra que no había solución alguna y esperanza poca, el ciberespacio estalló de la nada, del null existencial al que los caballeros de la programación funcional llaman Void o (), y se llenó de golpe y porrazo (perdonad los tecnicismos) de ceros y unos, verdades y mentiras, tablas de verdad y una puerta NAND universal. En esos tiempos prósperos, algunos sabios supieron vislumbrar lo que se podría hacer y lo que no. Luego, Turing, Church, Göedel, y su séquito, fueron muriendo uno a uno y todo ese conocimiento se perdió.

Muchos años después, en un lugar recóndito y oscuro, un vulgar ladrón encontró un tesoro de otros tiempos, olvidado en un sótano, y logró escapar de su celoso guardián. Manteniéndolo en secreto durante años, lo usó en distintas ocasiones, sin saber que lo que estaba haciendo iba a traer consecuencias.

Mientras esto pasaba, el mundo, totalmente ajeno a la trascendencia de estos hechos, libraba batallas, se repartía continentes con escuadra y cartabón y extraía silicio de la Tierra, que aún era esférica. Se descubrió el cuanto y se inventó el transistor, la union pn y la banda de conducción. Los hombres se autopostulaban como dioses tecnológicos. ¡dominamos la materia!, vociferaban sin rubor. Y así pasaban los años, sin el menor atisbo de lo que aún estaba hundido, pero que sin duda alguna crecía monótonamente. Sin vislumbrar ni en sueños lo que aún estaba oculto bajo el manto del tramo inicial de la ley de Moore.

Cuando empezó a manifestarse no nos dimos cuenta. Estabamos eufóricos mirando nuestras pantallitas mágicas, que calculaban lo incalculable. Inventamos lenguajes de alto nivel y preprocesadores, máquinas virtuales y lenguajes de más alto nivel. Nadie se dió cuenta del error cuando salió la primera versión de ANT. En unomento tuvimos containers, el cloud, e, inexorablemente, kubernetes, microservicios y una AI que podía decirnos a que comunidad de gilipollas pertenecíamos con un error estadístico no significativo.

El futuro depende de nosotros. Algunos guardaron, sin saberlo, valiosos documentos fundacionales que se pueden releer y que son aún relevantes. Nuestra consciencia aún no se paga por uso y quedan aún prácticas de apareamiento totalmente analógicas. Pero el tiempo apremia y no podemos bajar la guardia. La amenaza de la IA imposible se ha adueñado de ciertos circulos de poder, y el hechizo es fuerte porqué fue forjado en Silicon Valley, dónde, quizá, nunca debieramos haber ido.